lunes, 28 de julio de 2025

EL MOHICANO

Director: Frédéric Farrucci  
Guion: Frédéric Farruci 
Reparto: ALexis Manenti, Mara Taquin, Théo Frimigacci, Paul Garatte, Marie‑Pierre Nouveau, Michel Ferracci
Producción: Diane Jassem, Céline Chapdaniel (Koro Films, Les Films Velvet, Novoprod)  
Fotografía: Jeanne Lapoirie  
Montaje: Mathilde Van de Moortel, Carole Lepage
Distribuidora: Filmin
Año: 2025
Título Original: Le Mohican
Estreno En España: 25/07/25 dentro del AMFF 25 en plataformas Filmin 
Género: Drama,  Thriller 
Duración: 87 Minutos 

ARGUMENTO 
Joseph es uno de los últimos pastores costeros de Córcega. Sus tierras son codiciadas por los bajos fondos para un proyecto inmobiliario, pero él decide no ceder. Cuando deja al hombre que vino a intimidarle, el propio hijo del padrino, entre la vida y la muerte, se convierte en la presa de una caza despiadada.

CRÍTICA 
Hay películas que no necesitan gritar para ser escuchadas. Que no se disfrazan de espectáculo ni se parapetan tras un guion repleto de giros para captar la atención. El Mohicano, segundo largometraje de Frédéric Farrucci, es una de esas propuestas que se sostienen en la coherencia de su mirada, en la honestidad de su relato, en la dignidad de un protagonista que resiste no por heroicidad, sino por fidelidad a sí mismo. Un thriller rural en forma de drama seco que, con una Córcega áspera como escenario, se erige en testimonio de una lucha desigual: la del hombre contra el poder, la del arraigo contra la especulación, la del silencio contra el miedo

Joseph Cardelli —extraordinario Alexis Manenti, que sigue demostrando por qué es uno de los rostros más sólidos del nuevo cine francés— es uno de los últimos cabreros de la costa corsa. Vive con austeridad, aferrado a una tierra que es mucho más que propiedad: es identidad, es legado, es refugio. Cuando la mafia local intenta comprarle su parcela para continuar su expansión inmobiliaria —y, con ello, borrar poco a poco lo que queda del alma rural de la isla— Joseph se niega. Un “no” seco, casi automático. Ese “no” será el principio de todo.

Farrucci no convierte su historia en un panfleto ni en un thriller convencional. Aquí no hay persecuciones espectaculares, ni villanos caricaturescos, ni bandas sonoras que subrayen lo que ya está claro. El director opta por un tono sobrio, de claroscuros emocionales, donde lo que no se dice pesa tanto como lo que se enuncia. La tensión no estalla, se condensa. La violencia no es explícita, pero se intuye en el ambiente. Y la mirada del protagonista, callada pero firme, es más elocuente que cualquier discurso.

Como ya hiciera en La nuit venue, Farrucci demuestra una capacidad poco habitual para filmar los márgenes. Y en este caso, los márgenes no son solo geográficos, sino existenciales. La Córcega que retrata El Mohicano es bella pero inhóspita, luminosa pero cargada de sombras. La fotografía de Jeanne Lapoirie potencia esa sensación de aislamiento, de amenaza latente, de un territorio que se va cerrando sobre sí mismo. Y en ese contexto, Joseph se convierte en un símbolo sin querer serlo. Un hombre que solo quiere seguir con su vida pero al que no dejan en paz. Un “último mohicano” no por romanticismo, sino por necesidad

Resulta admirable cómo la película, sin abandonar nunca su tono realista, casi documental, logra construir una fábula contemporánea sobre la resistencia. No hay sentimentalismo ni épica impostada. Todo fluye con una naturalidad que desarma. En este sentido, El Mohicano recuerda a esos filmes italianos de los años 60 y 70, donde el compromiso social se expresaba desde lo cotidiano, desde lo mínimo

Pero lo que realmente convierte a El Mohicano en una película poderosa es su capacidad para transmitir verdad. Su apuesta por lo esencial. Su decisión de hablar de la mafia no desde el sensacionalismo, sino desde las grietas que deja en la vida de la gente corriente. La película no da respuestas fáciles, ni promete justicia. Solo muestra a un hombre que se niega a arrodillarse. Y con eso basta.

El Mohicano no es solo cine social ni solo cine de resistencia. Es, ante todo, un retrato íntimo de alguien que decide no ceder. Una película pequeña en escala pero inmensa en integridad. Una obra que demuestra que aún queda espacio en el cine europeo para contar historias que importan, sin necesidad de adornarlas. Un puño cerrado filmado con la delicadeza de quien respeta aquello que está a punto de perderse.

NOTA 7,5/10




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