Dirección: Jafar Panahi.
Guion: Abbas Kiarostami
Reparto: Hossain Emadeddin,Azita Rayeji,,Shahram Vaziri.Ehsan Amani,Pourang Nakhael,Kaveh Najmabadi, Saber Safael.
Fotografía: Hossein Jafarian
Música: Peyman Yazdanian
Montaje: Jafar Panahi
Productor: Jafar Panahi
Distribuidora: Surtsey Films
Año: 2003
Título Original Crimson Gold.
Estreno En España: 05/12/25 en plataformas Movistar Plus
Género: Drama Autor
Duración; 97 Minutos
ARGUMENTO
"Hussein, repartidor de pizzas, presencia la corrupción y el desequilibrio social de su ciudad. Humillado una y otra vez por las clases acomodadas y atrapado por la precariedad, su vida deriva hacia el crimen. Crimson Gold traza el retrato de un hombre que explota tras soportar demasiadas humillaciones y convierte su gesto en una tragedia que pone en evidencia las profundas desigualdades de la sociedad iraní."
CRÍTICA
Hay óperas primas que ya contienen, en estado latente, el nervio de un autor. Sangre y Oro —titulada en España para plataformas, aunque conocida internacionalmente como Crimson Gold— es precisamente eso: el primer disparo de Jafar Panahi a un sistema social asfixiante, un filme que, con apariencia de crónica mínima, esconde una bomba de relojería moral. No estalla de golpe; chisporrotea. Y cuando lo hace, lo hace desde dentro.
La película parte de un suceso aparentemente trivial para desplegar un retrato descarnado de las diferencias sociales en el Irán urbano. Panahi observa sin subrayar, deja que la cámara respire y que el silencio se vuelva incómodo. En ese recorrido, el espectador asiste a cómo una humillación cotidiana —una más— puede encender la mecha de algo que llevaba tiempo acumulándose. Nunca sabemos cuándo ni cómo va a explotar la bomba, y ahí reside gran parte de la tensión.
En lo estrictamente narrativo, Sangre y Oro nos sitúa junto a Hussein, un repartidor de pizzas, testigo involuntario de un mundo que no le pertenece. A través de sus recorridos nocturnos por Teherán, el filme va dibujando un mapa de privilegios, puertas cerradas y miradas condescendientes. La sinopsis podría resumirse así: un hombre corriente, sometido a una cadena de desprecios invisibles, cruza una línea que parecía inamovible. Panahi no juzga; muestra. Y al mostrar, acusa.
Uno de los grandes aciertos del filme es la interpretación del protagonista, de una contención admirable. Panahi lo dirige con mesura quirúrgica, permitiendo que la transformación sea casi imperceptible, como un cambio de presión bajo la piel. No hay grandes arrebatos ni discursos inflamados: el gesto mínimo, la pausa incómoda, el silencio sostenido dicen más que cualquier arenga. Es cine de observación pura, heredero del realismo iraní, pero con un filo político evidente.
No estamos, probablemente, ante la mejor película de Panahi —su filmografía posterior afinará aún más el dispositivo y la audacia formal—, pero sí ante una obra muy interesante y reveladora, donde ya asoman sus constantes: la crítica social, el interés por los márgenes, la dignidad del individuo aplastado por estructuras invisibles.
El protagonista no era actor profesional, una decisión habitual en Panahi que aquí cobra especial sentido. El director buscaba precisamente esa fisicidad cotidiana, ese cuerpo que parece cargar con el peso del mundo sin necesidad de explicarlo. Además, el guion fue escrito por Abbas Kiarostami, mentor de Panahi, y su huella se percibe en la austeridad narrativa y en la confianza absoluta en el poder del plano y del tiempo
Sangre y Oro es, en definitiva, un filme que no grita, pero cala. Una película que se instala en la retina y en la conciencia, recordándonos que, a veces, basta un pequeño gesto para que todo salte por los aires. Y que el cine, cuando mira de frente a la realidad, puede ser el detonador más incómodo de todos.
NOTA 7/10
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